Eso me
dijo un día algún inepto inteligente. No sé en qué momento el destino decidió que
yo debía formar parte de esta geografía caprichosa. A veces me siento casi orgullosa
de pertenecer a este selecto grupo de infelices conformados o inconformistas
medianamente felices. Pero no debemos mentirnos, estaremos siempre condenados
al más absoluto de los rechazos porque aunque seas el ápice de un rebaño
abocado al fracaso nunca encontrarás tu lugar, nunca formarás parte de algo. La
libertad de volar sin correas se debe pagar, y en esta isla todos pagamos el
precio día a día. O eliges eso u optas por el vuelo raso con coordenadas
estrictas y rigurosamente trazadas.
Eme
domingo, 22 de septiembre de 2013
domingo, 28 de julio de 2013
Vacío
Él es la desfachatez de un corazón desnudo al que solo
puedes tocar con guantes. Si lo ves es necesario que domines el arte del
autocontrol. Te dejará huella en todos los lugares menos en la carne. Lo
encontrarás en el mismo sitio pero siempre en un momento inoportuno. Te abrazará
y después tu cerebro echará humo al intentar salir del ciclo de desengaño que
crea su olor. Y para acabar elegiréis el vacío antes que el asfalto porque los dos seréis siempre la marca blanca del cruce de sentimientos.
domingo, 21 de julio de 2013
Inteligencias y antihistorias con control de acceso.
Un día reflexionando sobre mi incomprensible
forma de tomar decisiones recordé un texto que hablaba sobre la inteligencia de
las marionetas de este mundo llamadas humanos.
No todas las decisiones nacen de la cabeza y
del corazón, hay otra parte de nuestro cuerpo que concluye nuestros pensamientos
y actúa por nosotros…la tripa. La tripa alberga una inteligencia menospreciada
por todos, pero al final las mejores decisiones surgen siempre cuando ésta
entra en equilibrio con el corazón.
Cuando una persona ocupa un milímetro
importante en tu esquema vital, por muy rápido que ésta haya pasado, es porque
ha entrado por tu tripa, ha pasado por tu corazón y se queda en tu cabeza para
siempre.
La
cabeza solo nos sirve para formar un conjunto de palabras y describir lo que
sentimos en la tripa. La tripa expulsa el amor y el miedo a nuestro cuerpo y estas
dos banalidades diabólicas siempre determinan nuestras conductas. Pero desde
pequeños nos acostumbramos a ocultar nuestra vulnerabilidad y esconder lo que
sentimos y pensamos, y nuestro ajuste emocional no lo conseguimos hasta que no expresamos
lo que sentimos.
Si ni siquiera sabemos lo que
camina por nuestros adentros no nos debería extrañar que no sepamos tomar decisiones acertadas.
martes, 14 de mayo de 2013
Barbaries ciegas.
No se
conocían de nada. Acordaron su encuentro
a las 8 de la tarde en un parque del punto más alto de la ciudad. Él la
esperaría con los ojos tapados sentado en uno de los bancos, ella con un
pañuelo sobre sus párpados apoyada en un árbol. No se verían llegar. Debían
encontrarse hablando, cantando, silbando, gritando... Tras unos minutos de
desconcierto...sucedió. Sus espaldas se chocaron. Él lo primero que tocó de ella
fueron sus hombros, ella de él su cuello. Así se recorrieron todo el cuerpo,
apretándose con las yemas de los dedos como si de algo etéreo que se fuera a evaporar
se tratara. Se sentaron en el suelo y comenzaron a hablar. Ella no decía nada pero él lo decía todo. Sus manos se mancharon con el carmín que ella llevaba en los labios y
sus pañuelos se cayeron.
Los dos sacaron su libro favorito y leyeron la página 19 de cada uno de ellos. En las dos páginas coincidía numerosas veces la palabra casualidad. Esa palabra que los unió y mató al mismo tiempo.
Los dos sacaron su libro favorito y leyeron la página 19 de cada uno de ellos. En las dos páginas coincidía numerosas veces la palabra casualidad. Esa palabra que los unió y mató al mismo tiempo.
sábado, 20 de abril de 2013
lunes, 25 de marzo de 2013
Retales de una pequeña vida.
Un día recibí una carta, una carta que me invitaba a empezar una vida. En ella estaba escrito el nombre de una ciudad de la que jamás había oído hablar. El 19 de septiembre, me desperté tarde como siempre y con dos maletas por llenar. Todos eran conscientes de que me iba menos yo.
Mi obsesión por imaginar la vida de los que están en los aeropuertos no había quien la parase, y menos esa noche, ¿para qué me iba a parar a idealizar la que a mí me esperaba?, siempre he visto más interesante hacerlo con la de los demás.
Y el avión aterriza, mi nuevo país aún huele a verano. Me pierdo en esa estación de tren a la que ahora podría dibujar con cada uno de sus recovecos. Qué injusticia que en España no podamos permitirnos desplazarnos siempre que queramos en tren, desde aquí se ven cosas que desde la carretera no se pueden imaginar.
Llego a mi destino, el taxi va a más velocidad que el avión, “ Collegio Innamorati” me dice y entro en lo que iba a ser mi nuevo hogar. El portero se ríe porque no entiendo nada, y yo mientras me lamento por no haber hecho el maldito curso de italiano en verano, aunque las escapadas a la playa habían sido mucho más interesantes.
A partir de ahí empezaron a aparecer los que iban a ser mi nueva familia. Una siempre me daba un beso antes de dormir, me despertaba con café recién hecho y me decía lo bonitos que se me ponían los ojos con la luz de la mañana. Otra era experta en romper las costumbres y los hábitos de los demás, algo que agradecíamos diariamente. Otro, aprovechando tu descuido, había pintado el exacto paisaje que veías en ese momento. Juntos encontramos la representación del cielo en la tierra, el tejado de una casa, litros de café y cientos de cigarros amenizaron esos atardeceres a ras de las nubes.
Un día cantábamos a las 3 de la mañana por los solitarios canales de Venecia, otro huíamos de la policía de Nápoles, nos tomábamos cafés frente al Vesubio en la vieja ciudad de Pompeya, delirábamos en cada Piazza de la antigua Roma, nos despertábamos en habitaciones con vistas al duomo de Florencia, comíamos helados en el centro de Siena, leíamos fragmento de Shakespeare viendo atardecer en Verona, nos colábamos en la academia de bellas artes, leíamos a Dante en la panorámica y vagábamos continuamente por las calles de nuestra extraña e impresionante ciudad, Perugia. Durante 6 meses viví un sueño jamás soñado.
Pero un día te despiertas y esa vida empieza a agonizar, empieza a morir cuando coges el primer tren para salir de la ciudad, cuando todas las nuevas caras que se habían convertido en tu día a día se quedan a miles de kilómetros, cuando esperando el avión abres tu maleta y está llena de cartas de despedida. Y sucede, en el momento en el que el avión aterriza en la mierda de rutina que habías llevado siempre, esa vida sufre su parada, su muerte. Entonces es cuando te sientas en el suelo y lloras hasta que no te quedan fuerzas, pero hay gente que espera tu llegada y no puedes decir que no son ellos a los que quisieras encontrar.
Mi obsesión por imaginar la vida de los que están en los aeropuertos no había quien la parase, y menos esa noche, ¿para qué me iba a parar a idealizar la que a mí me esperaba?, siempre he visto más interesante hacerlo con la de los demás.
Y el avión aterriza, mi nuevo país aún huele a verano. Me pierdo en esa estación de tren a la que ahora podría dibujar con cada uno de sus recovecos. Qué injusticia que en España no podamos permitirnos desplazarnos siempre que queramos en tren, desde aquí se ven cosas que desde la carretera no se pueden imaginar.
Llego a mi destino, el taxi va a más velocidad que el avión, “ Collegio Innamorati” me dice y entro en lo que iba a ser mi nuevo hogar. El portero se ríe porque no entiendo nada, y yo mientras me lamento por no haber hecho el maldito curso de italiano en verano, aunque las escapadas a la playa habían sido mucho más interesantes.
A partir de ahí empezaron a aparecer los que iban a ser mi nueva familia. Una siempre me daba un beso antes de dormir, me despertaba con café recién hecho y me decía lo bonitos que se me ponían los ojos con la luz de la mañana. Otra era experta en romper las costumbres y los hábitos de los demás, algo que agradecíamos diariamente. Otro, aprovechando tu descuido, había pintado el exacto paisaje que veías en ese momento. Juntos encontramos la representación del cielo en la tierra, el tejado de una casa, litros de café y cientos de cigarros amenizaron esos atardeceres a ras de las nubes.
Un día cantábamos a las 3 de la mañana por los solitarios canales de Venecia, otro huíamos de la policía de Nápoles, nos tomábamos cafés frente al Vesubio en la vieja ciudad de Pompeya, delirábamos en cada Piazza de la antigua Roma, nos despertábamos en habitaciones con vistas al duomo de Florencia, comíamos helados en el centro de Siena, leíamos fragmento de Shakespeare viendo atardecer en Verona, nos colábamos en la academia de bellas artes, leíamos a Dante en la panorámica y vagábamos continuamente por las calles de nuestra extraña e impresionante ciudad, Perugia. Durante 6 meses viví un sueño jamás soñado.
Pero un día te despiertas y esa vida empieza a agonizar, empieza a morir cuando coges el primer tren para salir de la ciudad, cuando todas las nuevas caras que se habían convertido en tu día a día se quedan a miles de kilómetros, cuando esperando el avión abres tu maleta y está llena de cartas de despedida. Y sucede, en el momento en el que el avión aterriza en la mierda de rutina que habías llevado siempre, esa vida sufre su parada, su muerte. Entonces es cuando te sientas en el suelo y lloras hasta que no te quedan fuerzas, pero hay gente que espera tu llegada y no puedes decir que no son ellos a los que quisieras encontrar.
lunes, 25 de febrero de 2013
Comisura
El maravilloso mundo que había entre los párpados y sus cejas para perderme cuando no paraban de salir frases estúpidas por mi boca. La manera de clavarnos los dientes en los hombros. Las noches de insomnio sentados en el borde de la cama. El cerrar de sus ojos a cada calada en el balcón. Echar a correr de la mano al salir de los bares. Las notas por debajo de la puerta y la barba sin afeitar. Rodar todas las mañanas entre las sábanas. El tren y sus vías. Amaneceres de excesos y como siempre, acabar todo con una huida.
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