lunes, 25 de marzo de 2013

Retales de una pequeña vida.

Un día recibí una carta, una carta que me invitaba a empezar una vida. En ella estaba escrito el nombre de una ciudad de la que jamás había oído hablar. El 19 de septiembre, me desperté tarde como siempre y con dos maletas por llenar. Todos eran conscientes de que me iba menos yo.
Mi obsesión por imaginar la vida de los que están en los aeropuertos no había quien la parase, y menos esa noche, ¿para qué me iba a parar a idealizar la que a mí me esperaba?, siempre he visto más interesante hacerlo con la de los demás.
Y el avión aterriza, mi nuevo país aún huele a verano. Me pierdo en esa estación de tren a la que ahora podría dibujar con cada uno de sus recovecos. Qué injusticia que en España no podamos permitirnos desplazarnos siempre que queramos en tren, desde aquí se ven cosas que desde la carretera no se pueden imaginar.
 Llego a mi destino, el taxi va a más velocidad que el avión, “ Collegio Innamorati” me dice y entro en lo que iba a ser mi nuevo hogar. El portero se ríe porque no entiendo nada, y yo mientras me lamento por no haber hecho el maldito curso de italiano en verano, aunque las escapadas a la playa habían sido mucho más interesantes.
 A partir de ahí empezaron a aparecer los que iban a ser mi nueva familia. Una siempre me daba un beso antes de dormir, me despertaba con café recién hecho y me decía lo bonitos que se me ponían los ojos con la luz de la mañana. Otra era experta en romper las costumbres y los hábitos de los demás, algo que agradecíamos diariamente. Otro, aprovechando tu descuido, había pintado el exacto paisaje que veías en ese momento. Juntos encontramos la representación del cielo en la tierra, el tejado de una casa, litros de café y cientos de cigarros amenizaron esos atardeceres a ras de las nubes.
Un día cantábamos a las 3 de la mañana por los solitarios canales de Venecia, otro huíamos de la policía de Nápoles, nos tomábamos cafés frente al Vesubio en la vieja ciudad de Pompeya, delirábamos en cada Piazza de la antigua Roma, nos despertábamos en habitaciones con vistas al duomo de Florencia, comíamos helados en el centro de Siena, leíamos fragmento de Shakespeare viendo atardecer en Verona, nos colábamos en la academia de bellas artes, leíamos a Dante en la panorámica y vagábamos continuamente por las calles de nuestra extraña e impresionante ciudad, Perugia. Durante 6 meses viví un sueño jamás soñado.
Pero un día te despiertas y esa vida empieza a agonizar, empieza a morir cuando coges el primer tren para salir de la ciudad, cuando todas las nuevas caras que se habían convertido en tu día a día se quedan a miles de kilómetros, cuando esperando el avión abres tu maleta y está llena de cartas de despedida. Y sucede, en el momento en el que el avión aterriza en la mierda de rutina que habías llevado siempre, esa vida sufre su parada, su muerte. Entonces es cuando te sientas en el suelo y lloras hasta que no te quedan fuerzas, pero hay gente que espera tu llegada y no puedes decir que no son ellos a los que quisieras encontrar.