No se
conocían de nada. Acordaron su encuentro
a las 8 de la tarde en un parque del punto más alto de la ciudad. Él la
esperaría con los ojos tapados sentado en uno de los bancos, ella con un
pañuelo sobre sus párpados apoyada en un árbol. No se verían llegar. Debían
encontrarse hablando, cantando, silbando, gritando... Tras unos minutos de
desconcierto...sucedió. Sus espaldas se chocaron. Él lo primero que tocó de ella
fueron sus hombros, ella de él su cuello. Así se recorrieron todo el cuerpo,
apretándose con las yemas de los dedos como si de algo etéreo que se fuera a evaporar
se tratara. Se sentaron en el suelo y comenzaron a hablar. Ella no decía nada pero él lo decía todo. Sus manos se mancharon con el carmín que ella llevaba en los labios y
sus pañuelos se cayeron.
Los dos sacaron su libro favorito y leyeron la página 19 de cada uno de ellos. En las dos páginas coincidía numerosas veces la palabra casualidad. Esa palabra que los unió y mató al mismo tiempo.
Los dos sacaron su libro favorito y leyeron la página 19 de cada uno de ellos. En las dos páginas coincidía numerosas veces la palabra casualidad. Esa palabra que los unió y mató al mismo tiempo.